viernes, 2 de abril de 2010

El poder del Perdón

Laura tiene 40 años, es guatemalteca y vive en Miami. Una tarde al llegar del trabajo tuvo una conversación con su esposo, Claudio, que la derrumbo. Luego de casi cinco anos de casados, estaba decidido abandonar el hogar. Afirmo que la rutina y su indiferencia habían hecho que la relación perdiera todo sentido.

Laura llego a mi buscando una salida para su vida de desconsuelo, inseguridad y mala fortuna. En meses pasados también había perdido su trabajo de muchos anos. Además, estaba muy mal de salud y se sentía extremadamente sola. Para abrir la brecha en su dolor le pregunte: ¿Con quién estas enojada?. ‘’Con Claudio’’, dijo sollozando, ‘’desde que abandono no he logrado volver vivir en paz’’.

Comenzamos a desatar el enredado ovillo. Luego de una larga conversación, Laura tomo la única decisión que, a pesar de lo que había ocurrido, la llevaría a recuperar el bienestar: perdonar. Entendió que este era el mejor regalo que se podía dar así misma.

Haber culpado a Claudio de todo fue su primer paso que la llevo a perder el control. Al no asumir ella ninguna culpa, la culpa de Claudio se convirtió en la estrella del gran escenario que monto inconscientemente y la hacía sentir mal.

Culpamos a otros cuando creemos que alguien hizo algo en nuestro perjuicio o no hizo lo que creemos merecer y, por lo tanto, debe sufrir las consecuencias. Pero no siempre es así. Bajo esta lógica, comenzamos a relacionarnos con la otra persona a través de juicios. Atacamos y nos defendemos. Creemos que tenemos la sabiduría suficiente para ser justos. Sabemos lo que está bien y lo que está mal, quien es inocente y quien es culpable.

Y creyéndonos justos, condenamos la conducta de la otra persona, haciéndola sentir culpable por ser como es, esperando que cambie y sea de la manera que nosotros deseamos. Y así caemos presos de la trampa que nosotros mismos tendimos: las personas nunca cambian como realmente esperamos.

Nos convertimos en las verdaderas víctimas de la historia. Es un cometido imposible, pues nadie hace nada a nuestro gusto y, por esa razón, nunca llegamos a encontrar paz. Pero existe un camino de regreso y este comienza con la responsabilidad.

Laura pudo facilitar el proceso del perdón cuando llego a ver a Claudio como alguien que pedía ayuda y atención. Así, pudo cambiar su actitud defensiva por una de comprensión. Cuando Laura se puso en el lugar de Claudio y analizo lo que este había vivido desde niño, cuales habían sido sus experiencias y como había sido la relación con ella, concluyo que, en su lugar, quizá hubiera hecho lo mismo.

El perdón requiere que revisemos la historia personal de quien nos ha atacado, no para justificar sus acciones, sino para entenderlas. Eso hace más fácil dar el primer paso y, poco a poco, eliminar los juicios que mantienen vivo el conflicto.

Finalmente, no nos sentimos mal por lo que paso, sino por los pensamientos con que seguimos condenados a esa persona. Si nos resulta difícil perdonar, dejemoslo en manos de un poder superior, confiando plenamente en su amor incondicional y poniendo a un lado nuestras razones. Pero hay una manera de volver a ver las situaciones o las personas pendientes. Somos nosotros quienes debemos desarmar este juego de culpas y castigos.

Laura le informo a Claudio de su decisión de perdonarlo con la siguiente carta:

Querido Claudio:

Hoy he decidido dar vuelta a esta página de dolor. Quisiera que todo hubiera sido diferente, pero acepto las cosas como sucedieron. Renuncio a imponer mi razón y decido liberarte. Sé que esta decisión me devolverá la serenidad y podre rehacer mi vida. Te perdono con el corazón. Pienso en ti y puedo sentir paz otra vez. Comencé a sentirla cuando deje de juzgarte. Y le agradezco a Dios por darme la fuerza para tomar esta decisión.

Laura.

Sacado de la Revista Selecciones

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